La noche del jueves en Avellaneda quedó marcada por un nuevo episodio de violencia en el fútbol, del que todavía se desconoce la cifra oficial de heridos y detenidos. El partido de vuelta de los octavos de final de la Copa Sudamericana entre Independiente y la U de Chile terminó en escándalo tras una serie de graves incidentes protagonizados por hinchas visitantes, que luego derivaron en enfrentamientos aún más violentos dentro y fuera del estadio Libertadores de América-Ricardo Bochini.
Según lo registrado por la transmisión de DSports, los simpatizantes chilenos, ubicados en la Tribuna Sur Alta, iniciaron los disturbios al forzar el ingreso a un cuarto de limpieza, destrozar baños y arrancar butacas, que luego fueron utilizadas como proyectiles. A ello sumaron palos de escoba y botellas, con los que agredieron de manera constante a los seguidores de Independiente que se encontraban en sectores inferiores. Las imágenes también mostraron incendios en los asientos y el lanzamiento de bombas de estruendo.
El clima de tensión fue en aumento y obligó a retrasar el inicio del segundo tiempo. Desde los altoparlantes del estadio se escuchó el anuncio oficial: “Debido a los actos vandálicos la parcialidad visitante deberá abandonar la tribuna”. Fue entonces cuando la policía ingresó al sector visitante con la orden de desalojar a la hinchada trasandina.
El partido se reanudó, pero apenas dos minutos después volvió a detenerse. El árbitro uruguayo Gustavo Tejera tomó la decisión tras observar que varios hinchas habían invadido el campo de juego, algunos de ellos heridos producto de las agresiones recibidas desde la tribuna visitante. Ante la ausencia de garantías, Tejera reunió a los capitanes y al jefe de seguridad para analizar los pasos a seguir, mientras se aguardaba que la situación se calmara.
Pese a los pedidos de los referentes de la U de Chile, quienes hicieron gestos hacia la tribuna para que cesaran los disturbios, la violencia continuó. En paralelo, en las afueras del estadio se registraban corridas y detonaciones, mientras la facción disidente de la barra de Independiente irrumpía en el sector visitante. Lo que siguió fue calificado como una auténtica cacería: hinchas chilenos fueron golpeados, desnudados y muchos de ellos quedaron tendidos en los asientos ensangrentados. Incluso se observó a un aficionado caer desde la tribuna en medio del caos.
La suspensión definitiva del encuentro fue inevitable. Para resguardarse, varios hinchas locales ingresaron al campo de juego y permanecieron allí mientras la policía intentaba controlar la desconcentración. Sin embargo, la magnitud de los incidentes dejó en evidencia las falencias del operativo de seguridad.
De acuerdo con datos de Aprevide, el despliegue incluyó 650 efectivos policiales y 150 agentes de seguridad privada. No obstante, testigos señalaron que en el sector de los simpatizantes de la U de Chile no había presencia suficiente de uniformados para contener los disturbios.
La Conmebol, organizadora de la Copa Sudamericana, había emitido un apercibimiento a fines de julio contra la institución chilena por el comportamiento de su hinchada en competencias internacionales, debido a la colocación indebida de banderas y a la presencia de fanáticos en zonas prohibidas. Esa advertencia no alcanzó. La violencia en el fútbol volvió a imponerse y el partido en Avellaneda debió ser cancelado, dejando un saldo de heridos, un operativo cuestionado y la certeza de que se avecinan sanciones deportivas y económicas tanto para Independiente como para la U de Chile.