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CFK contra Milei: «No hay reservas ni inversión y el consumo se desplomó»

Fernández de Kirchner viene experimentando un notable viraje en su estilo comunicacional en redes sociales, especialmente en el tono. Ese cambio se intensificó aún más desde el comienzo de su prisión domiciliaria.

En Argentina, X (ex Twitter) tiene más de 7 millones de usuarios y, en su cuenta —donde reúne millones de seguidores y detractores por igual—, CFK sostiene una estrategia clara: convertir cada publicación en un campo de batalla política.

Aunque el declive del poder institucional suele dejar a los expresidentes en silencio o en un segundo plano, el caso de Cristina rompe la norma. Tras la asunción de Javier Milei, dejó atrás el tono formal e institucional que había predominado durante su última etapa como vicepresidenta, y se lanzó de lleno a una comunicación más directa, emocional e irónica.

Así nació una nueva versión digital de la exmandataria: la CFK del «Che Milei», de las frases punzantes, diseñadas más para viralizar que para explicar. En lugar de largas argumentaciones, ofrece sentencias breves y provocadoras que interpelan directamente al presidente o a sus políticas, y que funcionan como contenido fácilmente replicable para su militancia digital. De informar a provocar, de lo institucional a lo personal: ese fue el primer giro.

Pero el segundo viraje llegó en junio, cuando comenzó a cumplir prisión domiciliaria. Y ahí emergió otra Cristina. Una más relajada, autorreferencial, irónica. Aparecen frases como “¿Puedo salir al balcón o no?” o “Qué nivel de obsesión, bro”, que mezclan sarcasmo, códigos de la cultura centennial y hasta cierto humor absurdo. La CFK combativa da paso a una figura casi de personaje político digital, que no busca imponer autoridad sino generar empatía con sus seguidores y consolidar un nuevo tipo de presencia: simbólica, informal, provocadora.

Esta nueva narrativa —como víctima del sistema judicial— no es casual ni improvisada. El lenguaje cambia, pero la estrategia se mantiene: seguir siendo relevante en un ecosistema donde ya no tiene poder formal, pero sí puede ejercer influencia.

Detrás del tono irónico y descontracturado, hay una estructura de comunicación política que no pierde de vista sus objetivos. Cristina ya no habla para todos: habla para los suyos. El público se redefine. De una audiencia amplia e institucional, pasa a enfocarse en militantes digitales, votantes desencantados y, sobre todo, en su adversario directo, ya sea Milei o el Poder Judicial.

En ese sentido, sus mensajes no son propositivos, sino reactivos. Cristina comunica en función de lo que sucede a su alrededor, desde una posición de resistencia.

Sin poder, sin libertad y con un electorado cada vez más reducido, apuesta todo a un terreno donde todavía puede ganar: el simbólico. Y lo hace con herramientas adaptadas a los tiempos. Entiende el pulso digital, domina los códigos de la viralización y no subestima jamás el poder de una red social bien usada.

Su cuenta de X es más que una red social: es su trinchera discursiva, donde pelea narrativas, marca enemigos, sostiene fidelidades y, sobre todo, se mantiene presente. En un país donde la política se disputa también en el terreno de las emociones, la comunicación digital no es un accesorio: es una forma de poder.

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