Ada López es docente y maestra bilingüe intercultural. Vive en el barrio Cacique Pelayo de Fontana y recuerda que, viendo a su padre predicar como pastor, fue cuando comenzó su anhelo de enseñar y acompañar a otras personas.
Cuando terminó su quinto año y quiso involucrarse en el movimiento social de su comunidad, recuerda que el mismo se conformaba únicamente por hombres. Y aunque fue la primera mujer joven que pudo ingresar a ese mundo, el camino fue “muy duro y muy hostil”, asegura.
A su lucha por una participación activa en la sociedad la describe como un proceso que “debió afrontarlo con valentía» y si bien considera que las mujeres fueron ganando derechos “con mucha fuerza y con mucha paciencia”, todavía «el hombre no confía en nosotras. Nos ven débiles, como que no pensamos y no generamos».
Otra de las mujeres que hoy cumple un rol fundamental en la Justicia del Chaco y en las luchas de su pueblo, es Elizabeth González. Ella es coordinadora integral de los Pueblos Indígenas dentro del Poder Judicial y pertenece al pueblo qom.
En un breve relato sobre cómo pudo alcanzar este lugar fundamental en la defensa de derechos para los pueblos indígenas, explica que «es un mandato ancestral» y que «pasaron más de 35 años donde en la lucha diaria como mujer indígena, y gracias al caso de LNP que llegó hasta la Corte Interamericana, logramos que el Poder Judicial abra este espacio para la coordinación y el monitoreo de todas las cuestiones de los tres pueblos indígenas -qom, wichí y moqoit- de la provincia de la provincia del Chaco».
Recordamos que LNP, fue una niña qom de 15 años, violada en grupo, por tres jóvenes «criollos» en octubre de 2003 en El Espinillo, Chaco.
Entre otros hechos, la víctima no contó con asesoría jurídica, el juicio se llevó adelante en español y sin intérpretes, lo que dificultó la comunicación de la víctima y los testigos.
Además, se preguntó a testigos si la víctima tenía novio, si el violador era el novio o si ella ejercía la prostitución. Las y los testigos fueron descalificados por ser indígenas y los jueces, dudaron del no consentimiento de la víctima.
Aunque todavía son muchas las limitaciones que Elizabeth y su equipo enfrentan a diario, ella reconoce que es «principalmente la barrera idiomática y también nuestra portación de rostro», una de las mayores dificultades en sus tareas diarias.
«Hoy puedo decir que muchas mujeres indígenas ya no son portadoras de rostro, son quizás mestizas o productos de violación o de abuso. Sin embargo, todavía vivimos».
La conquista de derechos fue un proceso que demandó compromiso, mucho tiempo y el cuestionamiento de prácticas instaladas que no consideraban a los pueblos indígenas. «Para poder llegar y tener estos espacios, tuvimos que aprender y conocer nuestros derechos. Sin ellos, sería imposible que hoy el Poder Judicial tenga 16 empleados de planta permanente y la mayoría sean mujeres. Creo que también es un precedente histórico en Latinoamérica que el pueblo indígena tenga representatividad en un poder que es tan abstracto, trabajando como auxiliares en el acceso de nuestros pueblos originarios a la Justicia», cuenta Elizabeth.
Ada y Elizabeth coinciden en que el futuro de las niñas indígenas será diferente.
Ada, desde su rol docente, asegura que «las mismas escuelas se encargarán de acompañar a las nuevas niñas» y que «hay muchas jóvenes que son lideresas dentro de las comunidades y tenemos esperanzas en ellas».
Elizabeth agrega que la educación debe acompañarse con identidad y que, aunque «nuestras niñas hoy saben mucho más de lo que nosotros pudimos, donde hablábamos hasta con reserva de ciertos casos y muchas veces tuvimos que obligarnos a decir que esa no era nuestra cultura o forma de vida, para poder lograr que una mujer pueda ocupar un espacio de incidencia, mi deseo es que nunca más, ninguna niña tenga que negar su identidad, y que cada vez sean más efectivas las políticas públicas para nuestros pueblos originarios», finaliza.